“El mensaje está escrito en el cuerpo de las mujeres, violadas, asesinadas con un tiro de gracia en la cabeza” me dice Paz Peña, compañera chilena, periodista e integrante de Derechos Digitales. Me quedo pensando cómo se relacionan estos mensajes mafiosos, de censura con nuestra relación con los medios de comunicación, con internet. El asesinato del fotoperiodista Ruben Espinoza y el múltiple femicidio de las mujeres que con él estaban se enmarca en un sinfín de censura y violencia que ya registra en México 88 asesinatos de periodistas en los últimos 15 años, lo que lo instala com el tercer país del mundo en relación a este tipo de violencia. Junto con ésta, el código feminicida se inscribe en los cuerpos e intenta silenciar la disidencia.
¿Cómo se relaciona este hecho repudiable con una internet feminista? ¿De qué manera hilar nuestros activismos en línea y fuera de línea con la violencia patriarcal generalizada? Cómo expresar nuestra desazón cuando Nadia Vera, una de las activistas de #Yosoy132 asesinada en un múltiple feminicidio junto al fotoperiodista, nos mira con profundos ojos negros desde su foto en la web.
Eriza la piel asistir el video de Nadia cuestionando y responsabilizando de cualquier ataque violento hacia activistas a Javier Duarte, gobernador del estado de Veracruz, advirtiendo sobre un huracán de muerte inminente en un video disponible en YouTube. Su imagen, la circulación de su denuncia, también nos cuestiona acerca de qué es lo que estamos haciendo para vivir una vida sin violencia para las mujeres en el universo TIC. Es hora de pensar cuáles son los riesgos para periodistas y activistas, de qué manera los gobiernos están usando el poder para controlar y vigilar, como en el reciente caso de las revelaciones de Hacking Team que demuestran que México fue uno de los principales clientes de la empresa dedicada al espionaje electrónico.
Más casos de violencia enredada
Irene Armesto es una fotógrafa del área de Yucatán, en el sureste del país, y nunca imaginó que una simple foto le cambiaría la vida. A partir de publicar una imagen de una modelo con el torso desnudo en Facebook, vio su joven carrera transformarse en un calvario. Su foto fue colgada sin su consentimiento en una página con fines de comercio sexual. Cuando ella comenzó a reclamar a la plataforma que la foto fuese bajada, se transformó en objeto de agresión. La difamaron en redes sociales, la acusaron de formar parte del mismo grupo de mercaderes ilegales de fotografías de mujeres y divulgaron sus datos biográficos, así como su número de teléfono.
La fotógrafa recurrió varias veces a las comisarias de delitos informáticos a hacer la denuncia. Sin embargo, nunca recibió apoyo de la policía, organismo desde el cual constantemente le aconsejaba convertirse en investigadora del caso del que estaba siendo víctima. Sin demasiado soporte de su familia o de sus amigos fotógrafos, el intercambio de amenazas y de violencia virtual fue creciendo a tal punto que la situación de vivir bajo amenaza, la obligó a abandonar su hogar en Yucatán.
En los últimos 10 años, Safernet (organización brasilera que observa, registra y orienta sobre denuncias sobre violencia en internet) recibió 4 millones de denuncias de víctimas de las cuales 81% son mujeres. De esas mujeres que sufren algún tipo de acoso en línea (y que consiguen identificarlo como tal) tan sólo un 49% lo denuncia. Una vez realizado el trámite ante policía e instancias judiciales, tan sólo el 41% de los casos llega a una resolución y respuesta efectiva por parte de las autoridades, según APC.
Este es una realidad generalmente ingnorada el panorama de nuestra vida en internet, de la relación que establecemos con los dispositivos que usamos para comunicarnos y expresarnos. Estos los temas son los que problematizamos en el foro sobre ciberacoso realizado ayer en el museo de la Memoria, en México D.F organizada por las ONGs APC, Derechos Digitales y SocialTic.
“Cuando comencé a escribir me dijeron que esto era lo normal. Internet es así. Y si quieres escribir en público sobre temas públicos así reacciona la gente que “está muy loca”. Incluso que estos insultos son un indicador de éxito de las columnas”, señala @Catalinapordios, periodista colombiana residente en México desde su columna semanal en un periódico en línea.
Profundizando sobre este fenómeno recordemos que en internet la violencia contra las mujeres se manifiesta en diversas expresiones tales como acoso, hostigamiento, extorsión y amenazas, robo de identidad, doxxing (identificar y revelar información privada), alteración y publicación de fotos sin consentimiento. Todas estas expresiones afectan de manera real la vida de las mujeres porque generan daño a la reputación, aislamiento, alienación, movilidad limitada, depresión, miedo, ansiedad y trastornos de sueño.
Pensemos pues si realmente existe diferencia en la coerción de las amenazas mediadas por una pantalla con las del mundo “carne y hueso”. ¿Aún podemos sostener que son menos reales que las amenazas de una carta enviada por debajo de la puerta o una llamada anónima? Cabe por fin cuestionarnos acerca de qué manera construimos sociedades menos violentas. ¿De qué manera se usa el anonimato para vomitar violencia y censurar las voces críticas de las mujeres? Observemos, en cambio, que el anonimato puede necesario para la privacidad que necesitamos en nuestras exploraciones de identidades y sexualidades en la web. Para desenvolver nuestros activismos.
Politizar la relación con la tecnología
Necesitamos, las mujeres periodistas y los movimientos críticos a los gobiernos y la ciudadanía en general, construir un ambiente propicio para la resistencia en otros espacios, públicos y privados, en internet como dominio público. A partir de políticas públicas y leyes pero también desde la educación y la participación pública.
Politicemos nuestra relación con la tecnología, al tiempo que la usamos para denunciar las “democracias- fachada”, que actúan refinando y actualizando con tecnología el accionar sangriento de las dictaduras de nuestra región. México sangra y los cuerpos de las mujeres son el campo de batalla. Construyamos entonces la internet que amamos e imaginamos: un espacio de libre expresión, de resguardo de los derechos humanos y de viralización de pedidos de justicia. Sigamos estallando nuestra participación en las calles y en las redes.