Artículo publicado originalmente en el sitio web de Derechos Digitales.
Hace casi dos años, cuando no había ni pandemia ni contagios por un nuevo y letal coronavirus, cuando varios países de la región parecían no ver venir protestas masivas en las calles, Ola Bini fue arrestado en Ecuador. Fue puesto en prisión por diez semanas y sus equipos tecnológicos fueron incautados, en busca de evidencia de los delitos que supuestamente justificaban el arresto. Casi dos años después, sin todavía lograr la libertad.
Recapitulando: el activista y desarrollador de origen sueco Ola Bini fue detenido en abril de 2019 en Ecuador, por su supuesta participación en una red de espionaje digital para desestabilizar al gobierno ecuatoriano. El arresto ocurrió muy poco después de la expulsión de Julian Assange de la embajada ecuatoriana en Londres, y después de que la ministra del interior alertara sobre intentos de “desestabilización del gobierno” por “hackers rusos” y gente afiliada a Wikileaks. Ataque del que aún no se conocen más antecedentes más allá de ese mismo anuncio.
Los (entonces) relatores especiales para la libertad de expresión de la ONU y de la CIDH solicitaron información desde el gobierno ecuatoriano, pero la persecución no cesó. Como hemos denunciado junto a otras organizaciones desde 2019, existe una serie de situaciones alarmantes en torno al arresto y la detención de Bini, siendo la más relevante la insistencia en la persecución penal en su contra, a pesar de la notoria falta de justificación suficiente. Es decir, no existen antecedentes suficientes ni para la inicial acusación de ser parte de una red de espionaje digital, ni de otras de “defraudación fiscal” o “tráfico de influencias”, manteniéndose hasta hoy una investigación con características de persecución política.
Una oportunidad de poner fin a las alegaciones surgió en diciembre de 2020, en una audiencia preparatoria al juicio por “acceso no consentido” a un sistema informático, con una única captura de pantalla. Sin embargo, tampoco ahí terminó la persecución. Es más, organizaciones como la Electronic Frontier Foundation y Amnistía Internacional fueron impedidas de participar como observadoras en la audiencia. El esfuerzo de la defensa por demostrar la violación de los derechos de Bini durante la investigación, en una exposición de cuatro horas de su abogado, tampoco fue suficiente en esa ocasión. El proceso fue así validado para continuar y la audiencia fue suspendida otra vez antes de la decisión de comenzar el juicio propiamente tal.
A la espera de que la audiencia se retome, para continuar la preparación hacia un juicio y la evidencia admisible, nuestra preocupación por el caso sigue vigente. Porque no está en juego solamente la situación judicial de una persona, sino la noción misma de debido proceso. Está en juego la confianza en los procesos institucionalizados para determinar con imparcialidad. Y, mirando con cuidado a antecedentes con componentes técnicos complejos, si es que hay sustento para la persecución de una persona, por encima de cualquier presión política. Está en juego la superación de los discursos que asocian la seguridad digital a la sospecha y la criminalidad. Está en juego el ejercicio de los derechos fundamentales en línea, incluidos no solo la privacidad y la libertad de expresión, sino también la investigación de seguridad y la promoción de herramientas de protección de comunicaciones y dispositivos. Seguimos observando el caso, porque queremos que liberen a Ola Bini.