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Hace algunos días atrás, dos comunas acomodadas de Santiago de Chile inauguraron un sistema de vigilancia contra la delincuencia. Se trata de la implementación de globos aerostáticos de vigilancia, tecnología militar de origen israelí que es usada en la Franja de Gaza o en la frontera entre Estados Unidos y México, con la diferencia que la excusa para su uso no es ni el narcotráfico ni el terrorismo ni la inmigración ilegal, y que claro, no están situados en un desierto sino que en la ciudad más poblada de Chile.

La tecnología tiene una cámara con 360 grados, con visión nocturna y puntero láser, que permite reconocer a una persona en movimiento a más de 1,5 kilómetros de distancia, las 24 horas del día. Las aprensiones contra la medida liderada por los alcaldes de Las Condes y Lo Barnechea, no tardaron en llegar la evidente falta de proporcionalidad de la medida – no hay que olvidar que Santiago sigue siendo una de las ciudades más seguras de América Latina – y su carácter altamente intrusivo en la vida privada de las y los vecinos, además de su dudosa legalidad como medio de prueba, fueron algunos de los puntos destacados en la opinión pública.

Ante la polémica, llamó la atención el argumento de Felipe Guevara, alcalde de Lo Barnechea y miembro del partido de derecha, Renovación Nacional, quien esgrimió que como medida de seguridad para el manejo de esta poderosa tecnología, el sistema estaría a cargo de ocho mujeres porque “las mujeres son menos voyeristas, son más discretas con las cámaras”.

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