¿Cómo se combate la violencia y el odio contra las mujeres en internet? Es una pregunta que quienes trabajamos en la defensa de los derechos humanos, uno de los colectivos en los que más se ceba el acoso en plataformas de internet, nos hacemos a menudo, y para la que no hay, que sepamos, recetas ni fórmulas mágicas. Sí hay una experiencia de algunos años en lidiar con comentarios de incitación al odio que de forma cotidiana se dirigen a mujeres con un perfil público. Lecciones aprendidas, estrategias que se han puesto en marcha, herramientas tanto para la gestión de estos comentarios (cuándo responder, cuándo silenciar o bloquear, cuándo denunciar…) como de sus efectos. Porque la violencia online es parte de un continuo que sucede en nuestras vidas cotidianas. Es real, y no virtual, del mismo modo que es real cuando se da en espacios físicos o offline, y también lo son los daños que provoca.
De todo esto hablamos en Barcelona el 7 de marzo, en una jornada que organizó Píkara Magazine en vísperas del 8 de marzo, día de lucha por los derechos de las mujeres, y que tomó como referencia el informe Las violencias de género en línea.
Defensoras de derechos humanos y violencia psicológica
Según el informe, elaborado por Píkara Magazine, Frontline Defenders, Calala Fondo de Mujeres y el Ayuntamiento de Barcelona, las violencias digitales “apuntan especialmente a las mujeres que luchan por sus derechos, a las que pertenecen a colectivos vulnerabilizados, a las que ya sufren violencias offline y a las activistas, punta de lanza de las reivindicaciones feministas, del cuestionamiento de los roles de género y de las violencias que sustentan los privilegios masculinos.”
Es el caso de Miriam Hatibi, defensora de derechos humanos musulmana y ponente en la mesa de estrategias de autodefensa digital, que decía:
“Sé perfectamente dónde tengo que ir a denunciar pero no sé cómo llevar la parte emocional. He normalizado la ciberviolencia como parte de la interacción en redes sociales. Lo que tiene la ciberviolencia es que se mete en tu casa sin que sientas que le has dado permiso.”
Miriam insistió en que la ciberviolencia es violencia psicológica, y que no hay botón con que apagarla fácilmente.
“Hablan, hablan, hablan, y yo quiero explicarme, quiero justificarme y cada vez que mando un mensaje recibo otro. Siento como si alguien me gritara, como si alguien me cortara, y vuelvo a salir de la sala que es Twitter pensando que así las voces callarán, pero ya han despertado a las de mi cabeza y ahora sí que es imposible.”
En la misma línea se expresaba Silvia Agüero, activista feminista gitana que dice resistir a la ciberviolencia con sarcasmo. “Pero aún así el miedo siempre está ahí. Cuando atacan a las mujeres gitanas, están atacando a todas las mujeres”.
Chilling effect o efecto disuasor
Esas voces de incitación al odio que se imponen en canales y medios de internet a menudo terminan condicionando la presencia de mujeres que, por autoprotección, deciden alejarse de espacios donde se sienten agredidas. De esto, del efecto inhibidor o chilling effect, hablamos durante la charla inaugural sobre “Ciberviolencias y defensoras de derechos humanos” que impartí en representación de la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC), de la que formo parte desde 2014. Un efecto inhibidor, al que remite la jurisprudencia internacional, que es cada vez más evidente en el caso de campañas de odio en internet y que empuja a la autocensura.
“Nunca sufrí tanta violencia como cuando trabajaba como voluntaria de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (la campaña de acción directa en contra de los desahucios)”, compartió Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. Unos ataques que llegaron a afectar a su presencia y comportamiento en canales de internet.
O, como señaló la abogada Laia Serra, ”estas violencias online tienen impactos físicos en las mujeres, y también afectan a nuestra forma de trabajar y crear”.
¿Cuántos testimonios habrá que no escucharemos, cuántos relatos que no se compartirán porque la polarización y el discurso sin matices se imponen mediante la violencia? Quienes tienen realmente algo que aportar deciden a menudo guardar silencio y aplicarse una autocensura que sacrifica sus necesidades de expresión a cambio de evitar estar en el centro de la diana del odio, como explicamos también en el artículo Oriente Próximo y el odio en medios sociales de internet.
Y sin embargo, es más importante que nunca lograr que los espacios que pensamos como nuestros sigan siéndolo.
Dominar la tecnología, reclamar nuestros espacios
“La violencia ya no es abstracta”, recalcó la periodista Cristina Fallarás, remitiendo a testimonios como los de #Cuéntalo, una etiqueta a la que se han sumado miles de mujeres para relatar sus experiencias como víctimas de violencia. “Nosotras tenemos el testimonio como herramienta. Identificamos los agresores y creamos una memoria colectiva. Y cuando ésta existe, es un arma que no tiene fin”.
La importancia de la documentación, de recopilar evidencia que pueda sustentar lo que denunciamos, fue una de las constantes de la jornada. También lo fue la interseccionalidad de las luchas y la importancia de una perspectiva de género que contemple también la etnia, la situación económica y social, la identidad o la orientación sexual.
Imaginar una internet feminista y aplicar sus principios. Seguir creando contenido feminista, construyendo espacio y discurso. Llenar la red de relatos (transformadores) de otras mujeres. Reivindicar la seguridad como protección y como autocuidado, poner los autocuidados en el centro. Dominar la tecnología, reclamar nuestros espacios con campañas como Take Back the Tech!. Y, cuando lo necesitemos, poder desconectar, sabiendo que no estamos solas, que otras nos acompañan y seguirán reclamando y ocupando los espacios de todas.
Leer también: