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El 24 de enero llegué a Caracas, para cubrir algunos eventos del Foro Social Mundial Policéntrico. Al llegar al aeropuerto, los voluntarios y voluntarias del Foro Social Mundial son muy expeditivos y organizados. Pasamos por la aduana sin parar, directo a la sala a esperar el bus que lleva a los y las participantes de Maiketía –donde se encuentra el aeropuerto- a Caracas. El trayecto, que para otros fue de 3 horas, fue de apenas una hora y media. Así que las señales indican que este será un día de suerte…


Primera escena:


Al llegar al aeropuerto, los voluntarios y voluntarias del Foro Social Mundial son muy expeditivos y organizados. Pasamos por la aduana sin parar, directo a la sala a esperar el bus que lleva a los y las participantes de Maiketía –donde se encuentra el aeropuerto- a Caracas. El trayecto, que para otros fue de 3 horas, fue de apenas una hora y media. Así que las señales indican que este será un día de suerte…


Segunda escena:


A las 14 horas estábamos en la estación de metro “Bellas Artes”: los trenes, anunciaba un altoparlante, estaban demorados y había que esperar unos 40 minutos a que llegara el siguiente. Así que subí otra vez a la superficie, a buscar un taxi. Llovizna y un mundo de gente estresada, corriendo entre los automóviles. Un joven de traje le da indicaciones a un señor que venía conmigo en el bus del aeropuerto, para llegar a la Plaza Altamira -mi destino. El señor era peruano, del colegio de abogados, y el taxi que había reservado desde Lima lo había plantado. De modo que decidimos compartir un taxi venezolano, que no conseguimos en 1 hora y media de espera -no porque no pasaran, sino porque estaban todos ocupados, o los pescaba gente más habilidosa en el arte de zigzaguear entre los autos en movimiento, por el medio de la calle. Terminamos de nuevo en el metro, y como el atribulado abogado peruano no tenía bolívares (la moneda nacional), le compré un boleto de metro (0,15 dólares) y nos fuimos juntos hasta donde nuestros destinos nos lo permitieron.


Tercera escena:


En el hotel, todo perfecto. Flor me recibió, me dio una carpetita con información y me presentó a varias personas que sólo conocía por correo electrónico, salvo Pedro Sánchez, director de Oclacc, a quién había conocido en Quito. Comí en el restaurant chino de al lado del hotel, un bar modesto cuyos precios me asombraron: 8 dólares un arroz con vegetales y una coca cola.


Cuarta escena:


La marcha. Era la hora de la marcha, pero tenía que retirar mi acreditación de prensa, clave para tener acceso a internet, correo electrónico, etc. La recomendación fue que resolviera esas cuestiones administrativas, en lugar de ir a la marcha, “así el miércoles ya podés empezar con todo arreglado”. Pero mi acreditación no estaba, eran las 6 pm y los voluntarios y voluntarias se empezaban a ir, así que me hicieron una en el momento. De todos modos, en la sala de prensa no había conexión y, luego de varias entradas y salidas, enchufes, desenchufes, traslados y diálogos, el técnico me explicó solemnemente que mi problema no era la configuración, sino que el servidor estaba caído. Y en cuanto salió y yo me disponía a irme, derrotada, sin haber ido a la marcha y sin haber podido enviar mis primeras impresiones al blog, vi que había dos personas conectadas, a mis espaldas.


Quinta escena:


Desconcierto. Volví a enchufar todo, pero sin resultado. Volvi a bajar a buscar algún/a voluntario/a, pero ya me tenían identificada -era la tercera vez que pedía algo que no me podían dar: soluciones. Así que me dijeron que mejor volviera al día siguiente o, mejor aún, que fuera a un cibercafé. Eran casi las 7 pm, se me había ido el día en “llegar”, y aún no había visto nada del Foro, ni virtual ni materialmente.


Sexta escena:


El único contacto directo que tenía era el celular de Paulo Lima (Rits), que implicaba una llamada internacional a Brasil. Pero necesitaba urgentemente una voz amiga. Tenía sed y un dolor de cabeza infernal. Me acerqué a un quiosco y la señora que lo atendía me explicó con mucha paciencia y amabilidad las ventajas de las tarjetas de llamada internacional que ella tenía. Con 2,5 dólares llamé a Paulo, que estaba en la marcha, combiné una cena, y hablé 18 minutos a Montevideo. Volví al quiosco a expresarle mi gratitud a la impresionada señora del quiosco, que se disculpó por el precio y pareció atónita ante mi sonrisa porque para mí, el precio era irrisorio y estaba dispuesta a levantarle un altar al santo de las telecomunicaciones venezolanas!


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