Las primeras semanas del Covid-19 nos llenaron de incertidumbres que rápidamente se tradujeron en caos generalizado que sirviera como excusa para la implementación de medidas de seguridad estatales. Todas fuimos testigo de cómo, en simultáneas geografías, se imponían medidas de seguridad como forma de cuidarnos ‘entre todos’. Pero no todas fuimos testigo de cómo estas medidas, lejos de cuidarnos a todas, estaban marcando una postura clara del concepto de seguridad elegido para esta pandemia que dejaba en evidencia las desigualdades sociales y las estructuras de control hegemónicas en las que vivimos. Por primera vez, para la población mundial más privilegiada (traducida como población blanca de clase media y alta), se planteaba un panorama de inseguridad al que se respondía con “quedate en casa”, “yo te cuido, cuidame”.
Este imperativo es especialmente interesante, dado que esta gente que hoy reclama a otra(s) gente(s) respeto se había hasta el momento beneficiado del sistema global basado en la falta de igualdad, en el des-privilegio y especialmente en la acumulación de poder. La fisura fue mas instantánea que el estado de emergencia, pues no se requiere de un estudio exhaustivo para saber que para quedarme en casa debo primero tener una. Y porque la impotencia frente al imperativo nos sale de los poros: ¿Por qué debería preocuparme en cuidarte a ti, hombre blanco, si históricamente has abusado de mi des-privilegio? Tú no me estas cuidando, tú te estas cuidando a ti y a los tuyos.
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