Webs creadas especialmente para postear sin consentimiento las fotos y los videos compartidos en momentos de enamoramiento de la pareja; redes sociales usadas para menospreciar o arruinar la reputación de una mujer; sitios para chateo donde estas imágenes de la intimidad son lanzadas para la burla y los comentarios incidiosos; mensajes grupales por celular que dejan al descubierto lo que fue enviado para compartir sólo entre dos: todo sirve en este nuevo escenario para continuar ejerciendo la misma violencia de siempre. Otros condimentos como la inmediatez, la difusión ampliada a decenas de personas – conocidas y desconocidas -, la llegada a las manos y a la mirada de quienes podrán seguir diseminando el material por simple inercia, despreocupación o porque lo encuentran divertido, agravan la situación y la tornan en insostenible para la víctima.
La violencia psicológica y emocional expresada en la porno-venganza en los espacios digitales se ha convertido en un arma de agresión letal para ex parejas que pretenden destruir la fortaleza, la reputación y la voluntad de las mujeres que alguna vez dijeron amar. Nuevamente entran en cuestión las relaciones de género, esas relaciones de poder en las que la pretendida supremacía del varón no se agota, sino que se renueva y magnifica gracias a la viralización de mensajes e imágenes en el ciberespacio que denostan dominio, control de la situación y mando.
Cuando en la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones comenzamos a trabajar en el mapeo de casos de violencia contra las mujeres y usos de tecnología de información y comunicación para el proyecto Basta de violencia: derechos de las mujeres y seguridad en línea, poco se hablaba de la porno-venganza. Pero el uso cada vez más especializado y sofisticado de las herramientas y de los espacios digitales dio lugar a situaciones graves provocadas por el uso de imágenes y videos íntimos sin consentimiento de las mujeres. Sigue habiendo gran cantidad de víctimas, algunas de las cuales han llegado al suicidio al ver sus vidas arruinadas, con pérdida de trabajo y de sus relaciones de amistad y familiares, además de mudanzas de barrio o de ciudad, e incluso cambio de identidad por los ataques a su intimidad y reputación sufridos en internet.
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