Los africanos pagan de cinco a diez veces más que en Canadá para acceder a internet. La conexión es aún más cara en el medio rural, donde escasea. Pero lo más indignante es que los consumidores no tienen la culpa. Una pequeña excursión por el lado oscuro de internet.
Ibrahima Yade sube la escalera que lleva al piso que alberga a su pequeña y flamante empresa de economía social SeneLogic, cuyo lema es “La senegalesa del software libre”. Desde lo alto de sus dos metros, Ibrahima, de unos cuarenta años, informa a sus cuatro colegas más jóvenes que la sesión de programación deberá interrumpirse por un corte de electricidad.
SeneLogic, bastante famosa en el barrio Sacré-Coeur de Dakar, en Senegal, avanza pese a las dificultades vinculadas a la infraestructura. En el emporio de la telefonía celular barata que es Senegal, el acceso a internet de banda ancha marca un contraste. A modo de ejemplo, SeneLogic paga por su conectividad cinco veces más que una compañía de Berlín, y siete veces más que una de Montreal.
Esta internet fuera de precio, poco confiable o poco accesible, entierra a las economías africanas en un subdesarrollo inaceptable.
Un problema histórico y estructural
Quien dice internet de banda ancha o alta velocidad da por sobreentendido que se trata de una infraestructura de fibra óptica. Claro que la internet inalámbrica existe, pero si hablamos de alto rendimiento, entramos en el terreno de las dorsales, la artillería pesada que permite la transferencia de datos multimedia. Estas dorsales son, precisamente, las que hacen confiable y rápida la experiencia de internet. No obstante, sucede que en las costas africanas hay una penosa falta de cables submarinos.
¿Acaso falta dinero? “No”, dice Mike Jensen, autor del documento Los costos de interconexión, publicado por la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC). Y debemos constatar que en materia de telecomunicaciones, el maná financiero es gigantesco, y que hasta el momento, ningún operador africano ha quebrado.
La telefonía móvil es el motor que genera esas monstruosas ganancias en toda África Occidental. Ibrahima Yade, al igual que tres millones de sus compatriotas, utiliza los servicios de telefonía celular de la compañía Orange. Esto equivale a un cuarto de la población. La cifra muestra el intenso apetito de los senegaleses por las comunicaciones baratas. A título comparativo, la telefonía celular Bell suma “no más de” seis millones de usuarios en Canadá, es decir, una de cada cinco personas.
Según Mike Jensen, la causa del elevado costo de internet radicaría en el carácter monopólico de los operadores de las telecomunicaciones africanos. En gran parte controlados por intereses europeos o estadounidenses, estos son poco proclives a desarrollar dorsales de internet.
Jensen señala que los operadores sacan así partido de su situación, cobrándole a los proveedores de servicios de internet (ISP, por sus siglas en inglés) locales, “que tienen que pagar en las dos puntas de sus conexiones internacionales”, es decir, al descargar datos desde arriba y hacia abajo. Ibrahima Yade y los suyos tendrán que hacer malabarismos para llegar a cubrir el excesivo abono de conectividad, que asciende a más de 250 dólares canadienses por mes. El caso de Sonatel, que desde 2002 cuenta con un acceso directo al cable submarino SAT-3, es flagrante. Este operador único de Senegal, que pertenece en un 43% a France Télécom, le pasa la factura a los ISP de África Occidental. Estos últimos tienen que hacer transitar obligatoriamente su tráfico internacional por Sonatel. Países como Mali, Guinea Bissau y Burkina Fasso dependen enteramente de este “acceso al mar” senegalés, lo que significa unos costos exorbitantes y una confiabilidad particularmente condicionada por los numerosos cortes de electricidad de este país.
Como un pachá, Sonatel embolsa las ganancias sin reinvertir en el desarrollo de infraestructuras de telecomunicación. Pero el operador también es víctima, ya que debe pagar a los países desarrollados los costos del tránsito hacia arriba. En efecto, Sonatel se ata las manos en un acuerdo de tránsito con uno de sus accionistas más importantes, France Télécom. Las sumas faraónicas que los clientes africanos gastan para acceder a internet migran pues a Europa. “Esta subvención invertida hacia el norte ha exacerbado los desequilibrios entre las regiones desarrolladas y en desarrollo”, explica Mike Jensen.
No sólo France Télécom u otras empresas occidentales son la causa de esta incongruencia. También son responsables los directivos de Sonatel y de las otras empresas de telecomunicaciones africanas, así como los líderes políticos del continente.
Romper la mentalidad de consumidor
“Todos los países africanos pueden lograrlo, si deciden hacerlo”, aventura Mohamed Diop, ingeniero en telecomunicaciones senegalés. Y afirma: “Nosotros debemos ser considerados pares de Europa, de los demás países africanos y de Estados Unidos”. En junio, Mohamed Diop estuvo de paso por el taller fundacional de GOREeTIC – una red de la sociedad civil comprometida con la reforma del sector de las telecomunicaciones africanas.
Este ex funcionario de Sonatel ya había esgrimido su punto de vista en el foro sobre gobernanza de internet de Río de Janeiro, en diciembre de 2007. Algunas empresas del continente, como la sudafricana Telkom, intentaron hacer naufragar el asunto. Su visión respecto de los acuerdos de interconexión de tránsito se denomina “homologación” en la jerga de las telecomunicaciones. Pero este tipo de trueque representaría una amenaza para las ganancias a corto plazo de estas empresas.
En consonancia con el punto de vista del sudafricano Mike Jensen, Mohamed Diop machaca que “lo que queremos es que lo que África está gastando en el acceso a internet, en la conectividad, vaya al desarrollo de la infraestructura”.
Conectarse a nivel subregional
Además del acceso a las dorsales submarinas, algunos especialistas de las telecomunicaciones sostienen que habrá que crear dorsales que recorran todo el continente. Para lograrlo, ellos defienden el modelo del acceso abierto. Dentro de este modelo, experimentado especialmente en Asia, un montaje financiero abierto a todo tipo de inversores (grandes empresas, gobiernos, pequeños ISP organizados en asociaciones, grupos de usuarios) permitiría inyectar los fondos necesarios para la instalación de infraestructuras de telecomunicaciones que beneficien a todos los socios.
Para conseguirlo, las sociedades civiles y el sector de las telecomunicaciones africanas deben modificar sus prácticas, a fin de colaborar más entre sí. En cuanto a las grandes sociedades predadoras, en su mayoría europeas, se las debe obligar a rever sus acuerdos con los operadores africanos.
La implementación de la red GOREeTIC pretende ser la respuesta de la sociedad civil a este desafío de interconexión. La actividad de la red no es invertir, sino más bien aceitar, para que en las altas esferas políticas y económicas, los actores de África Occidental y Central hagan que las cosas cambien. Esto requiere buscar soluciones conjuntamente con los parlamentarios, reunir a la sociedad civil y a los pequeños ISP, y ocuparse de las agencias reguladoras subregionales.
Este objetivo no está fuera de la realidad, ya que en el ámbito de internet, África no siempre llevó las de perder. Por ejemplo, logró romper enérgicamente esta dinámica de simple consumidor en el campo de las direcciones de IP – esos números que identifican a cada computador conectado a internet. A fuerza de dar batalla, la organización AfrinIC vio la luz del día, y hoy administra las direcciones de IP del continente.
El autor es coordinador de la información y relaciones mediáticas de la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC).
Este artículo fue publicado en el mensuario Alternatives, le journal, el miércoles 20 de agosto de 2008 y “puesto en línea aquí”:http://www.alternatives.ca/article4033.html