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Luego de cuatro años de trabajo como defensora de derechos sexuales y reproductivos, Lorena M. ya tenía buena experiencia del tipo de agresiones que podía llegar a soportar y enfrentar en reuniones y actos públicos. El debate fuerte con las organizaciones pro-vida y con fundamentalistas religiosos era esperable, incluso cuando algún integrante de estas organizaciones se cruzaba con ella en la calle. Pero nunca pensó que su vida se complicaría peligrosamente cuando manos anónimas hackearon el sitio web de la red de defensoras y comenzaron a llegarle insultos y amenazas de todo tipo a su casilla de correo electrónico y por las cuentas en las redes sociales, creando un ambiente de acoso y hostigamiento en su entorno que la llenó de temor e inseguridad.

Lo ocurrido a Lorena M. ha comenzado a ser moneda corriente para muchas activistas en cuestiones sociales y políticas. Pareciera ser que para estas mujeres tener voz y acciones independientes, de compromiso con temas sensibles o controvertidos, o también de especialización en temáticas y ámbitos que no suelen ser los considerados “propios de mujeres” significa dar pie al ataque despiadado de trolls, que organizados o no, irrumpen en el ciberespacio para denostar, menospreciar y agredir. Estas acciones crean un clima de hostilidad que pretende ahogar la militancia en línea de las mujeres y cercenar su trabajo también en los espacios físicos, impidiendo el acceso a la información y el trabajo en red, como también amenazando el libre desenvolvimiento de las activistas.

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