"¿Qué nos vas a dar tú a nosotras?" La pregunta me sorprendió. Había pasado dos días en la organización—que estudiaría como parte de mi tesis doctoral sobre feminismo, tecnologías digitales y desarrollo—cuando la coordinadora me preguntó cómo planificaba reciprocar su colaboración en mi investigación. Los miembros de la organización consideraron que mi llegada fue abrupta y ajena a su modelo de trabajo colaborativo, a pesar de que había estado planificando el viaje con la coordinadora durante varios meses.
Es cierto que cuando llegué, inmediatamente comencé a programar entrevistas individuales con las activistas. Comprendí en las siguientes semanas que esta no es la forma en que trabajan y viven. Trabajan en colaboración, comparten tareas y experiencia, ingresos y espacio, conocimiento y solidaridad. Sus proyectos de investigación con las comunidades son siempre participativos: se basan en conocimientos, métodos y objetivos compartidos.
Yo era una mujer portorriqueña que estudiaba un doctorado en una universidad en Estados Unidos que de repente llegó para realizar entrevistas personales en su espacio de reunión. Les pareció bastante violento. A medida que pasaron los días, me di cuenta que para poder estudiar esta organización, necesitaba mucho más que entrevistas: tenía que convertirme en una compañera. Tuve que dejar que mi investigación se moviera por la emoción y la solidaridad.
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