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Con la expansión del COVID-19 aprendimos que no solo el virus se propaga rápido, también lo hace la desinformación. En tiempos en los que incluso lo que dicen las autoridades sanitarias está en evolución constante, no parece exagerado afirmar que el derecho a la información también es cosa de vida o muerte.

Lo de la información representa un problema en sí mismo, con todo y sus complejas ramificaciones. Hay jefes de Estado, como el de Brasil, que sostienen que los medios crean histeria y que la pandemia no es sino una exageración. Hay gobiernos que prohíben a medios publicar sobre el virus e incluso hablar de él en público. La censura ha venido de la mano con las cuarentenas, como en Venezuela, donde los periodistas reciben represalias por informar y por interrogar a las autoridades.

Mientras tanto, una verdadera armada de emisores de información falsa y engañosa se mantiene activa y prolífica. El resultado viene en forma de cadenas de WhatsApp, montajes de audio, sitios engañosos, mensajes con nombres y apellidos de profesionales de salud que existen, pero que no han dicho lo que se circula y textos con fuentes que al final llevan a sitios Web que no tienen nada que ver con el tema.

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Ilustración: "Get help" por Natalia Brondani. CC BY-NC-SA. Fuente: Behance.