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Fue la cuestión de la desigualdad la que me convenció de que era hora de escribir algo sobre las constelaciones de satélites LEO minoristas. En el estado de situación actual, hay sólo dos constelaciones LEO minoristas, dirigidas a consumidores finales: Starlink y Project Kuiper (un proyecto similar financiado por Jeff Bezos). Project Kuiper se encuentra en una fase mucho más temprana, pero tiene las mismas aspiraciones. Sin duda no es mera coincidencia que ambos proyectos sean iniciativa de la segunda y tercera personas más ricas del planeta. Estas constelaciones minoristas representan el juego final de la globalización y el capitalismo. Se trata de un proveedor global de servicios de internet que invierte lo menos posible en los países donde opera. Cuando conectas esa antena parabólica de Starlink, no sólo se elevan datos al cielo, sino también dinero contante y sonante. El equipo ejecutivo de SpaceX ha dicho clara y abiertamente que considera a Starlink la gallina de los huevos de oro que servirá para financiar misiones a Marte. Imagina entonces que cada terminal Starlink transporta dólares al cielo y luego los hace aterrizar en el bolsillo de Elon Musk. Esta puede ser una descripción un poco demasiado hiperbólica. La clientela de Starlink tiene que pagar impuestos por el servicio y los productos nacionales de su servicio de internet, pero el punto es que Starlink invierte lo menos posible en los países donde opera. 

Cada vez hay más economistas llamando a crear estrategias que generen economías locales florecientes con un fuerte flujo local y circular de bienes y servicios. Starlink es casi la antítesis de ello. Esto nos lleva de vuelta a la cita de Kentaro Toyama que figura en la primera entrega de este artículo, sobre la forma en que la tecnología puede terminar amplificando las desigualdades. Imaginemos un pueblo rural donde las desigualdades existentes hacen que apenas 10 o 20 personas entre unos pocos miles de habitantes tengan los recursos suficientes para pagar un terminal de Starlink y la mensualidad correspondiente. En cuanto aparece el servicio de Starlink, se abonan al mismo y además pagan el costo de envío y cualquier otro costo extra. Como felices clientes/as de Starlink pueden compartir el acceso con otras personas del pueblo, o no, pero como sea que lo hagan, el límite será el acceso a la WiFi. Tal vez pienses que, de todas formas, se trata de algo positivo. Starlink le brinda acceso a algunas personas. Ahí está el problema: Starlink silencia así las voces de quienes podrían exigir a su gobierno que extienda la infraestructura de banda ancha de alta velocidad a toda su comunidad. Como proveedor global de servicios de internet directos a consumidores, Starlink celebra el individualismo y la libertad sin límites. 

En Ruanda, el gobierno anunció que ofrecería conexiones de Starlink a 50 escuelas. Mozambique dio un paso más al anunciar conexiones de Starlink para 300 escuelas. Al dirigirse sólo a las escuelas, se pierde la oportunidad de resolver la conectividad de manera holística para las comunidades. Es curioso que 97% de la población de Ruanda viva dentro de un radio de 25 km de distancia de un punto de presencia de fibra óptica. El gobierno podría extender la infraestructura de fibra óptica hacia las comunidades donde se encuentran esas escuelas para aumentar la infraestructura existente y construir una solución sostenible, inclusiva y de más largo plazo. 

El impacto de Starlink es peor que la mera celebración del individualismo. Para entenderlo, me baso en Tony Atkinson, economista y pionero en el estudio de la desigualdad y la pobreza. En su libro, Inequality: What can be done?, (disponible en español, con el título Desigualdad: ¿Qué podemos hacer) realiza 15 propuestas para acabar con la desigualdad. Su primera propuesta tiene que ver con el cambio tecnológico. Dice: 

Propuesta 1: La dirección del cambio tecnológico debería ser una inquietud explícita de las personas responsables de formular políticas, fomentando así la innovación de una forma que aumente la contratación de trabajadores/as y subraye la dimensión humana del suministro de servicios. 
–Tony Atkinson, 15 propuestas

Las tecnologías pueden servir para mejorar la vida de las personas, o pueden empeorarla fomentando la concentración de poder y riqueza. Tenemos opciones en lo que se refiere a tecnologías y, cuando se trata de tecnologías de internet, hay que pensar también en el “cómo”, además de el “qué”. Más allá de una conexión a internet, Starlink no genera ningún valor local. Los terminales de Starlink están diseñados para ser conectados y utilizados sin necesidad de asistencia técnica para su instalación. A primera vista, esta parece una característica fantástica. Sin embargo, hay que considerar la pérdida de empleo que esto significa para quienes se dedican a la instalación de equipamientos de este tipo y también el trampolín que puede representar para acceder a otros trabajos más difíciles. Del mismo modo, el terminal de Starlink es una caja negra. No tiene ninguna parte o pieza reparable o sustituible, de modo que no se requiere ninguna industria local de reparación. Internet no debería ser una caja negra. Las tecnologías de internet deberían ser fáciles de utilizar, pero también tendrían que ofrecer la posibilidad de abrir una tapa y entender cómo funcionan. Deberían caber en un ecosistema complementario de tecnologías de acceso y alimentar el desarrollo de capacidades y las economías complementarias. 

Podemos comparar esto con la tecnología de fibra óptica que ha generado numerosas industrias secundarias, desde las empresas de construcción civil que hacen las excavaciones, hasta la comunidad de técnicos/as que instalan las fibras bajo tierra, pasando por la propia fabricación de los cables de fibra óptica en el continente. Hay todo un ecosistema de empresas complementarias que trabajan en conjunto para crear empleo y riqueza locales. Starlink, en cambio, es pura tecnología extractiva. Representa lo peor del colonialismo tecnológico. 

¿Qué pasa con la soberanía nacional?

Por último, podemos preguntarnos cómo es posible que Starlink tenga permiso para llenar los cielos de satélites orbitando por todos los países de la Tierra, sin que esos países tengan ninguna incidencia en el proceso. Actualmente hay más satélites de Starlink en órbita que todo el resto de los satélites juntos. Dada la ausencia de cualquier tipo de marco regulatorio eficaz, el espacio se ha convertido en un ambiente en el que el primero que llega es el primero que se sirve. Es evidente que Starlink se propone generar un marco regulatorio sobre la marcha, basado en el simple hecho de su existencia y siguiendo la tónica de que es más fácil pedir perdón que pedir permiso. 

En el mundo de la gestión del espectro radial, cada país tiene soberanía sobre las ondas aéreas del cielo que está sobre su territorio. Como miembros de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, organización de tratados que realiza acuerdos entre países sobre el uso del espectro radioeléctrico, los países normalmente no actúan de manera unilateral en lo que respecta al espectro radioeléctrico, pero pueden hacerlo. Las ondas de radio les pertenecen. 

La relación entre la soberanía nacional y el espacio no constituye un asunto nuevo. En 1976, varios países ecuatoriales intentaron afirmar su soberanía sobre las órbitas geoestacionarias de los satélites que se encontraban sobre sus territorios. La Declaración de Bogotá (así se la conoce) afirma el derecho de “los pueblos y las naciones a la soberanía permanente sobre su riqueza y sus recursos naturales” y sostiene que se considera a “la órbita geostacionaria como parte de su territorio soberano”. La Declaración de Bogotá surgió en respuesta al Tratado del espacio exterior que se había elaborado casi una década antes y según el cual todas las naciones podían explotar y usar libremente el espacio. Al final, la declaración no tuvo éxito pero puso en evidencia la complejidad del problema del acceso equitativo al espacio y el uso del mismo. Actualmente, solo 10 países y una organización intergubernamental tienen la capacidad de lanzar cohetes al espacio. Este es un dato bastante significativo frente a la noción de que el espacio es libre para todos y todas. Al tratarse de un recurso escaso, el limitado número de franjas orbitales ha sido dominado por los primeros en llegar. 

Si hacemos un avance rápido hasta la actualidad, la situación de los satélites LEO es similar. Si bien no existen espacios asignados para las constelaciones LEO, “el uso intensivo de algunas regiones orbitales también puede generar una exclusión de facto de otros actores, violando así el Tratado del Espacio Exterior de 1967”. 

Sumario

Es posible que las constelaciones LEO minoristas y masivas simplemente no sean viables. Se requieren miles y miles de satélites en estas constelaciones para poder suministrar banda ancha a clientes/as individuales y mantener el bajo costo de sus terminales satelitales. El costo de mantenimiento de constelaciones tan grandes requiere capitales enormes y no está claro que los mercados minoristas para este servicio tengan el tamaño suficiente para sostener una constelación LEO global y masiva, y mucho menos, dos. 

Además, aunque fueran sostenibles, no son deseables. Proveerían servicios de manera selectiva en zonas remotas, quitándole presión a los gobiernos para que proporcionen soluciones de banda ancha que realmente puedan llegar a las zonas más alejadas. 

Es probable que estas megaconstelaciones excluyan de hecho de las constelaciones de satélites de banda ancha a todas las personas menos a los países más ricos. 

Son económicamente desequilibradas, ya que extraen valor y no contribuyen para nada con las economías locales. Starlink no invertirá en la instalación de estaciones en los países donde no le parezca posible obtener suficientes ganancias, lo que socava la tan promocionada ventaja de la baja latencia. 

Necesitamos hablar sobre el espacio y su regulación. En los años 60, el espacio se internacionalizó y se lo consideró un recurso compartido por todos y todas. Todavía podemos volver allí, pero no si Elon Musk y Jeff Bezos establecen reglas de facto por el simple hecho de que ocupan ese territorio.

 

Agradezco a Carlos Rey-Moreno, Peter Bloom, Adriana Labardini y Katherine Barrett por sus valiosos comentarios sobre el borrador original. Todos los errores y suposiciones subyacentes son míos. Este artículo plantea mi opinión personal y no representa la perspectiva de Mozilla ni de APC.

Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor, Many Possibilities. Ha sido dividido en dos partes para ser republicado y puedes leer la primera parte en español aquí.

Imagen: Starlink por Adam Zolyak a través de Flickr (CC BY-NC-ND 2.0 DEED)

Steve Song es consultor sobre regulación y políticas de acceso de la iniciativa Local Networks de APC y asesor político de la corporación Mozilla. Su blog, manypossibilities.net, es un destino popular para quienes trabajan con temas de telecomunicaciones e internet en África.