La primera vez que vi una película porno tenía 20 años. Estaba en una fiesta de la facultad (en donde me encontré con el que sería mi novio por ocho años, pero esa es otra historia) y unos compañeros proyectaron “por error” una película de muy bajo presupuesto cuyos protagonistas eran una chica y un palo, con una sábana de fondo como escenografía.
¡20 años! Mi hermano y sus amigos miraban películas porno juntos cuando tenían como mucho 12. Mis amigas y yo, por supuesto, a esa edad hablábamos de sexo sin parar, pero con mucha más imaginación y menos información. Lo más explícito que habíamos visto eran escenas de cama de películas para grandes. Es decir, las que miraban nuestros padres y que rara vez mostraban, por ejemplo, a un hombre desnudo de frente.
Todos mis amigos varones consumieron porno desde chicos. Yo nunca accedí, de adolescente, a una revista. Eso sí: me acuerdo de que una de las primeras veces que estuve a solas con una computadora con conexión (cuando internet recién empezaba a extenderse en Uruguay) estuve chusmeteando varias fotos subiditas de tono.
Es muy probable que si hubiera tenido internet en mi casa a los 13 o 14 años habría visto algún video con contenido más o menos explícito. ¿Habría cambiado algo? ¿Mi sexualidad sería diferente? En el taller que hoy organizó el programa de mujeres de APC en el Foro de Goberanza de Internet una de las panelistas (Clarissa Smith) habló de las experiencias de varias mujeres con la pornografía. Muchas dijeron que les permite experimentar, aunque sea como testigos de lo que hacen otras personas, prácticas que se alejan de la norma. Y también hay una tendencia grande de las mujeres que consumen porno a compartir esas experiencias con otras que piensan de modo similar, convirtiéndolas en algo colectivo.
El taller de hoy hablaba, básicamente, de cómo se están regulando los contenidos en internet, sobre todo en torno a la sexualidad. Smith dijo que uno de los principales problemas es que muchas de las regulaciones están basadas en supuestos y que rara vez se involucra a los usuarios/as y productores/as de pornografía en el debate.
Mucha gente en el FGI está hablando de la necesidad de proteger a los niños y a los jóvenes del mal irrefrenable de la pornografía. Pero resulta que muchos están consumiendo colectivamente este tipo de contenidos, y están reaccionando de diferentes maneras.
Así que, señores (sobre todo señores, pero también algunas señoras) que se encargan de regular internet y que se preocupan por prohibir y bloquear: en nombre de la adolescente que fui, dejen a los jóvenes en paz. Ellos saben lo que quieren y lo que buscan. Y si no lo saben, tienen todo el derecho de averiguarlo. Sin la tutela de nadie.