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La capacidad de la libre expresión es un tema que muchas veces se da por sentado en la sociedad posmoderna del siglo XXI. Los videojuegos, por ejemplo, desarrollan cada vez más tramas intrincadas y complejas que reflejan usos y abusos en las sociedades ya que tienen la capacidad de crear microcosmos críticos que generan posturas políticas (aunque muchas veces los desarrolladores no quieran admitirlo). Cualquier expresión artística o lúdica refleja una postura. Desde la decisión de qué escenario mostrar y qué tipo de sociedad retratar, hasta las decisiones sobre el género del protagonista, o al público al que va dirigida la obra. Toda decisión es política y tiene una intención que, por sutil que sea, demuestra un punto de vista.

Las posturas son imprescindibles, pues deben demostrarse desde el desarrollo de los personajes y la trama, hasta la forma en la que se usa el lenguaje en el juego. Desde el terreno de la localización de videojuegos, uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el traductor es la incógnita de cómo mantenerse fiel al texto fuente sin alterar el tono, el registro, el uso de chistes o las frases coloquiales, y al mismo tiempo ser entendible y accesible para el público latinoamericano. Aún más difícil es el creciente tema de la apertura hacia todo tipo de públicos y la inclusión del gran abanico de géneros y sexualidades que, ahora más que nunca, tienen un mayor reconocimiento y necesitan ser visibilizados en la industria que, tal vez, tiene el mayor alcance masivo del siglo XXI.

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