Es indudable que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) tienen un rol muy importante en la construcción de un mundo más justo, equitativo y sustentable. La Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC) es una firme convencida del poder de estas herramientas para transformar vidas y comunidades enteras. Y, si bien el creciente acceso a las TIC supone una cantidad de beneficios, también hay impactos negativos. Entre estos últimos hay que contar el problema del volumen de basura electrónica, que constituye una de las consecuencias ambientales de las TIC.
El Programa de Naciones Unidas para el Ambiente (PNUMA) calcula que cada año el mundo produce 50 millones de toneladas de basura electrónica. Dado que este volumen aumenta entre 3% y 5% cada año (más rápido que otras categorías de basura) en todo el planeta, se calcula que el volumen total de basura electrónica se duplicará muy pronto. La velocidad del cambio tecnológico, la obsolescencia de los productos y la caída de los precios llevan a los/as consumidores/as a deshacerse cada vez más rápido de la tecnología antigua. Y, día a día, son cada vez más las personas que se vuelven consumidoras de productos electrónicos por primera vez – sobre todo en los países en desarrollo y las economías en transición.
El ciclo de vida de los productos
El uso de computadores, teléfonos celulares y fijos genera una gran cantidad de basura electrónica y, además, implica un gran consumo de recursos naturales debido a las cantidades de agua y energía que se utilizan para su fabricación – y ello sin tener en cuenta la energía que se consume durante su uso. De hecho, un estudio de Eric Williams, de la Universidad de Naciones Unidas, revela que para fabricar un computador se gasta la misma cantidad de combustible fósil y de agua que un automóvil de tamaño medio.
El volumen de basura electrónica que se genera supera ampliamente nuestra capacidad de manejo de ese material de manera sustentable para el ambiente. Y aunque la mayor parte de la basura electrónica se produce en los países industrializados, una porción importante se envía al mundo en desarrollo, donde las regulaciones ambientales son más débiles y la capacidad de reciclado mucho menor. Dada la falta de infraestructura adecuada, la basura electrónica generalmente se quema al aire libre, luego se vierte en depósitos de agua y se hunde en la tierra, donde libera sustancias tóxicas que contribuyen a contaminar el aire, el agua y el suelo, y causan problemas de salud.
La salud se ve aún más comprometida por la proliferación del reciclado informal. Para recuperar los componentes valiosos de la basura electrónica, algunas personas revuelven montañas de esta basura sin guantes y sin ninguna protección, además de destruir monitores, con lo cual entran en contacto directo con diversas sustancias tóxicas.
El Convenio de Basilea se implementó en 1992 para lidiar con el problema de los desechos peligrosos. El objetivo era minimizar la generación y transferencia internacional de estos desechos, entre los que se incluyen varias clases de basura electrónica. Lamentablemente, no se ha logrado reducir demasiado la producción y el comercio de dichos materiales. El texto se presta para interpretaciones flexibles y los gobiernos enfrentan grandes desafíos a la hora de controlar el movimiento de los desechos electrónicos peligrosos. Además, en 1995 se trató de introducir una enmienda al Convenio para prohibir toda transferencia de desechos tóxicos desde los países industrializados hacia el mundo en desarrollo, pero no entró en vigor porque el número de signatarios es insuficiente. Entre tanto, a medida que crece el volumen total de basura electrónica, crece también el volumen del material peligroso que atraviesa fronteras.
Vincular las TIC a la sustentabilidad ambiental
La basura electrónica está en el vértice del cruce de relaciones entre las TIC y la sustentabilidad ambiental, y será el centro de interés de la iniciativa Tecnologías de la Información para la Sustentabilidad Ambiental (ITES, por su sigla en inglés), que será próximamente promovida por APC. Este nuevo emprendimiento, que debería empezar en 2007, apunta a cerrar la brecha entre la sustentabilidad ambiental y la sociedad de la información. “Si bien manipular equipos peligrosos constituye obviamente un desafío para el ambiente, las TIC e internet tienen un gran potencial para mejorar las condiciones ambientales”, declaró Pavel Antonov, periodista ambiental que lanzó la iniciativa de ITES.
“Todas las comunidades de tecnologías de la información del planeta pueden influir sobre las decisiones y proteger el ambiente”, agregó el coordinador del proyecto, residente en Budapest. La idea es combinar activismo y campañas ambientales tradicionales con actividades en línea a fin de detener el problema de la basura electrónica.
Nunca es suficiente lo que se insista en la importancia de concientizar sobre el tema mediante campañas y actividades de presión. El conocimiento que tengan los/as consumidores/as sobre la basura electrónica puede influir en lo que compran, cómo se deshacen de la tecnología vieja y si presionan a sus gobiernos para que el tema se tome en serio.
En última instancia, la reutilización, el reciclado y la reconstrucción han constituido falsas soluciones, ya que no resuelven el problema del creciente volumen de basura electrónica. Por lo tanto, es fundamental ejercer presión, tanto a nivel nacional como internacional, para lograr que las TIC sean más ecológicas. La nueva directiva de RoHS [Restricción de ciertas sustancias peligrosas en aparatos eléctricos y electrónicos, por su sigla en inglés] de la Unión Europea, que prohíbe el ingreso al mercado de los nuevos equipos eléctricos y electrónicos que contengan niveles de sustancias peligrosas más altos del límite establecido, apunta a solucionar el problema de la basura electrónica desde sus orígenes.
Las organizaciones sin fines de lucro como pioneras de la ecología
Alan Finlay, coordinador de un proyecto de recolección de basura electrónica en las afueras de Johannesburgo, alegó que organizaciones que defienden el uso de las TIC, como APC, tienen la responsabilidad de garantizar que la promoción de la tecnología no comprometa la salud ambiental y humana. Para ello, la basura electrónica debe ser uno de los temas principales de la organización y una prioridad en sus campañas.
Finlay dirige el Canal de basura electrónica Gauteng Green, una iniciativa piloto de recolección de dicho material en Sudáfrica. También es el autor de una investigación sobre temas emergentes comisionada por APC y publicada en noviembre de 2005, que se basó en el estudio del caso de Sudáfrica para subrayar los desafíos que sufren los países respecto de la basura electrónica.
La mayoría de los países en desarrollo recién están empezando a desarrollar sistemas básicos de reciclado de basura y no cuentan con la infraestructura ni los recursos necesarios para manejar esos desechos de manera eficiente. Además, dada la presión de resolver ciertas áreas claves para el desarrollo como la pobreza y la salud humana, la basura electrónica no se considera prioritaria. Esto es lo que subyace a la carencia de legislación y reciclado de estos materiales en el mundo en desarrollo.
Si bien los desafíos que supone el manejo de la basura electrónica son tremendos, la sociedad civil puede y debe apoyar la manipulación responsable de dicho material y, eventualmente, la eliminación en etapas de las toxinas tecnológicas. Por ejemplo, se podrían incorporar cláusulas en las propuestas de proyectos, contratos y presupuestos, para institucionalizar de esa manera las soluciones y, a la vez, concientizar a los donantes y los beneficiarios sobre la basura electrónica. Por supuesto, las herramientas de TIC serán indispensables al realizar estos esfuerzos.
La autora de esta nota está haciendo una pasantía en APC.
Foto: Society Promoting Environmental Conservation